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Fabula del solista y el cantante



Una tarde de otoño, mientras caminaba por el barrio con las manos ocupadas por dos bolsas de la compra recién salido del supermercado, mi hija comenzó a tararear “Hello, Goodbye” de The Beatles. Casi de manera instintiva, como si tuviera la obligación de acompañarla, me uní a cantar la canción con ella. Lola, con esa cara de Ahora-Que-Hace-Mi-Padre-Bailando-Por-La-Calle-Con-Las-Dos-Bolsas-De-Plástico-Con-La-Edad-Que-Tiene, esa cara a medio camino entre risa nerviosa y vergüenza ajena que solo pueden poner los niños, me preguntó sorprendida si la conocía. Le dije que claro con una respuesta muy entusiasta, como cuando caes en el quesito naranja del Trivial y contestas una pregunta antes de que terminen de preguntar. Lola me dijo que estaban utilizando “Hello, Goodbye” en el colegio en clase de inglés. Una mueca de satisfacción alabando el gusto de la maestra melómana recorrió mi boca de lado a lado.

Cien metros más tarde volvió a la carga: -¿Y cuál es tu Bitel favorito?

Aproveche un semáforo para dejar descansar el tetra brick de leche, el medio kilo de hamburguesas, el paquete de espaguetis, el bote de tomate frito, la barra de pan, y la caja de galletas. ¿Qué cual es mi Beatle favorito?, esa sí que es buena. Le dije, y estaba siendo completamente honesto, que nunca antes me había planteado decidirme por uno en concreto. Después de toda una vida escuchando sus discos jamás hasta ese momento había manifestado interés alguno por identificar cual de los fabulosos cuatro era mi preferido. Súbitamente sentí gran curiosidad por conocer mi propia respuesta.
En cuanto el semáforo cambió a verde, empecé a darle vueltas a la cabeza…Ringo…George…Paul…John…
John Lennon pensé. Aunque en realidad no estaba siendo sincero. Posiblemente si me hubiera preguntado por el tío cool y más carismático, Lennon ganaría por goleada, pero no era ese el caso, la pregunta buscaba sin dobleces mi favorito.
Entonces Paul McArtney pensé esta vez. Pero no era la respuesta adecuada. Si estuviera buscando al Beatle más deliciosamente melódico, McArtney hubiera salido solo casi sin pensarlo, pero no era esa la cuestión.
Sin dudarlo debe de ser George Harrison pensé en voz alta. Falso. Si la competición dirimiera al Beatle más exquisito, el músico virtuoso, el más enigmático, Harrison sería el ganador, pero no mi favorito.
Por descarte la decisión me llevaba inexorablemente hasta Ringo Starr. ¿Ringo?, ¿el batería?, ¿compitiendo con Lennon, McArtney o Harrison?, imposible. Sin duda el tipo ganaría el premio naranja al más simpático, pero definitivamente no el premio de Beatle del año.
Esta pequeña reflexión inédita en mi vida me llevo a la respuesta definitiva.

-Lola, no me gusta ninguno. (Ya me lo dijeron cuando entre a trabajar en el negocio de la música. Es más fácil lidiar con solistas que con grupos. Y si caben en un taxi, mejor). 

Una tarde de otoño, mientras caminaba por el barrio con las manos ocupadas por dos bolsas de la compra recién salido del supermerca...

Se publica Placeres Culpables

SE PUBLICA PLACERES CULPABLES, SEGUNDO LIBRO DE OSCAR GARCIA BLESA
El libro es una invitación a dejar de lado cualquier prejuicio para disfrutar abiertamente y sin escrúpulos de música verdaderamente valiosa




Desde que era un niño Oscar García Blesa se ha sentido atraído por la música y la cultura pop. Daba igual si se trataba de álbumes que removía entre la colección de sus padres o grabaciones caseras realizadas en casetes desde la radio. De alguna forma la música siempre ha merodeado por su cabeza. Placeres Culpables es un retrato ligero sobre grabaciones importantes, no necesariamente sus favoritas, pero todas ellas con un denominador común: un enorme éxito traducido en descomunales ventas y un rechazo generalizado por parte de la crítica especializada.
Placeres Culpables no pretende convencer a nadie de las bondades de estos trabajos musicales, es más, a lo largo de sus páginas planean las preguntas ¿qué es en realidad lo bueno y lo malo?, ¿quién lo decide?, ¿porque cuando un álbum alcanza ventas desorbitadas su calidad se cuestiona automáticamente? En Placeres Culpables aparecen, entre otras, melodías de George Michael, Madonna, Abba, Bon Jovi, Coldplay, Journey, Alejandro Sanz, Bee Gees, un humilde tributo a pequeños momentos musicales que han hecho felices a millones de personas, intentando derribar absurdos prejuicios utilizando exclusivamente argumentos relacionados con las emociones, las vivencias personales y sobretodo usando el poder de las canciones como único escudo.




A lo largo de su historia, la música popular nos ha dejado discos con ventas deslumbrantes aunque de escaso valor artístico, y otros muchos trabajos superlativos a pesar del permanente menosprecio general por el terrible pecado de ser superventas “mainstream”. Tras publicar “Cintas de cassette. La cara B de la música ” (Bubok Publishing, 2012), Óscar García Blesa edita Placeres culpables (2015, Amazon), un acercamiento personal y ligero a la música pop a través de trabajos icónicos. Director de marketing en Warner, director del sello RCA, responsable del relanzamiento de Napster y profesional del negocio de la música desde hace veinte años, el autor se deja guiar por las canciones e invita a dejar de lado cualquier prejuicio para disfrutar abiertamente y sin escrúpulos de música verdaderamente valiosa.
“Sabe cómo deslizarnos al momento donde empezó todo, mostrarnos por qué un disco mereció la pena y devolvernos al presente con la sensación de haber realizado un gran viaje musical: fugaz, envolvente y muy personal”.
Arancha Moreno, EFE EME
“Porque conviene escuchar lo que te salga de las meninges. Tú, como Raphael: digan lo que digan. Aunque no le soportes (a Rafael, me refiero). Con este libro no tendrás problemas de mala conciencia…a menos que tu educación judeocristiana te mengüe la capacidad de disfrute”.
Fernando Neira, EL PAIS
"Un libro que desenmascara canciones y aleja los prejuicios de los melómanos".
Carlos H. Vázquez, ESQUIRE

Libro Disponible en:

SE PUBLICA PLACERES CULPABLES, SEGUNDO LIBRO DE OSCAR GARCIA BLESA El libro es una invitación a dejar de lado cualquier prejuicio para di...

Garth Brooks, vacas y estrella

GARTH BROOKS,

“No Fences”, 1990, (Pearl/SONY)
Hay un grupo o cantante de éxito en el rock cada cinco minutos, pero en la música country, si haces una canción de éxito la gente te querrá para siempre”. Kenny Rogers



Una de las cosas que más me ha gustado desde siempre cuando leo críticas y reseñas de rock es la oportunidad que te brindan para imaginar cómo podría sonar una canción antes de escucharla. Durante un rato, y solo leyendo unas pocas palabras tu cabeza empieza a relacionar adjetivos y referencias que te preparan para abordar la música de manera guiada. Me pasa con casi todo lo que leo incluyendo las revistas snobs que se inventan géneros y que me hacen reír muchísimo. Lo divertido lógicamente viene después, cuando una vez escuchado el disco en cuestión uno extrae sus propias conclusiones y hace con esa música lo que le da la gana, amarla, odiarla, abandonarla…Yo llegué hasta Garth Brooks leyendo un pasquine de vacas, maquinaria de grano y motores para tractores. Muchos de mis compañeros de escuela en Ohio leían revistas de temática granjera, iban a clase con sombreros de cowboy y gorras de rejilla con logos de gasolineras, un disfraz realista a medio camino entre una película de John Wayne y los paisajes rurales de Steinbeck, unos atuendos de otro planeta que he de reconocer me encantaban. La América profunda es muy profunda no cabe duda, pero un lugar también fascinante.
Garth Brooks en 1989 no era gran cosa. Bueno, era una promesa con una gigantesca (América es gigantesca ya saben) pléyade de seguidores y también detractores que veían en él la pócima definitiva capaz de reinventar el cada vez más anticuado y repetitivo género Country, lo cual le otorgaba un enorme valor y también una tremenda exposición. Mis conocimientos sobre el género que quieren que les diga, a pesar de que disfruto mucho con las dosis exactas de cantautor cowboy en según qué momentos no soy ni de cerca un especialista. Y en 1989 mucho menos. Pero me divierte mucho, no puedo evitarlo. Las botas camperas, los sombreros tejanos, los discursos de derrota y desamor cursis y poéticos a medio camino entre el folk, el blues y el rock and roll tan propios del género Country tienen un no sé qué que lo hace irresistible. Garth Brooks, añadiéndole el componente pop lo hizo además accesible a los menos integristas permitiendo que millones de advenedizos como yo disfrutaran de manera ligera con el género sin necesidad de calzar espuelas.
El caso es que la vecina de mí casa que se llamaba Wanda y tenía una hija monísima que montaba todo el rato un caballo enano me invitó a la gran feria del ganado local, sin duda el acontecimiento más importante del año en el pueblo de Sunbury, una diminuta localidad con menos de 5.000 habitantes al norte de Columbus, un lugar perdido entre grandes carreteras en dirección a la ciudad de Cleveland.
La gran feria del ganado (no tenía nombre, solo se referían a ella como The Big Fair) se hacía en un lugar insólito. Si, allí las cosas las hacen donde les da la gana y su feria de vacas y cerdos se hacía en un circuito de coches, uno de esos con forma de elipse con los autos dando vueltas a toda pastilla y los animales (los de cuernos y los de sombrero) en el centro, comiendo paja o costillas en salsa barbacoa como si no hubiera un mañana. El Speedway de Columbus no era el circuito de Indianapolis pero daba bastante el pego.
La hija de Wanda, la del caballo enano, participaba en una exhibición ecuestre de primera. Allí no había ni rastro de caballos andaluces haciendo figuras con las manos, ¡qué va! En esa América se llevaba el chaleco de cuero y atar con lazo vaquillas del tamaño de un bisonte. Los muchachos del pueblo disparaban contra latas de gasolina colocadas sobre grandes bloques de heno en unas casetas preparadas para el tiro (con revólveres de verdad, nada de escopetas de feria ¡esto es América!) mientras los mayores bebían cerveza con sus sombreros y botas relucientes durante las sesiones de muestra y tasado de las bestias. Al fondo, en un escenario coqueto y también bastante hortera y luchando contra el volumen atronador de tractores y coches una banda de country amenizaba el cotarro.
No, Garth Brooks no se asomó por allí, aunque hubiera estado genial. La banda interpretaba sin descanso éxitos de Merle Haggard y Johnny Cash, temas de Guns n’ Roses y Poison en clave hillbilly y sobretodo versiones bastante aceptables de Dwight Yoakam, artista de Kentucky pero vecino de Columbus desde niño y una especie de ídolo local como lo es Joaquín Sábina para los madrileños a pesar de ser de Jaén, no sé si me entienden. Pero aquella pequeña banda de versiones honky tonk y western swing tocó hasta 3 veces por insistencia popular “The Dance”, el éxito del primer disco de Brooks, mi primer contacto con su música siendo cronológicamente exactos. Un año más tarde más o menos encargué en la tienda de discos Toni Martin una copia de su álbum No Fences, disco que durante un buen rato se convirtió en banda sonora de mi post adolescencia para pasmo de mis amigos.
Con 20 años escuchaba a Thin Lizzy y a la Creedence, y tuve durante un cuarto de hora un apego verdadero por los sonidos urbanos domésticos de Burning o Leño. La canción “Domino” de Van Morrison me ponía de muy buen humor (lo sigue haciendo) y la segunda parte del “School” de Supertramp en la versión en directo de Paris me hacía hacer cosas muy idiotas con las manos tocando un teclado imaginario y (a veces) corretear por mi habitación en plan rock star. Había atravesado razonablemente bien mi etapa melenuda con los riffs de AC/DC y lo pasaba estupendamente haciendo playback con el “Kayleigh” de Marillion  y “Rock you like a hurricane” de Scorpions. Durante aquellos años llevaba una gorra roja de pana con el logo de la universidad de Ohio y cada vez que escuchaba el éxito del No Fences de Brooks “Friends in Low Place” en clave Honky Tonk me acordaba de la muchacha de pelo rizado que montaba sobre un caballo enano. Un verano perdí mi gorra de Ohio en una playa de Málaga, y coincidencia o no, mi disco de Garth Brooks también desapareció con aquella ola.
Garth Brooks es una figura esencial para entender la música country. Claro que están Cash y Haggard, y Nelson, Seeger y Hank Williams y otros muchos nombres fundamentales entre los que no puede faltar el de Brooks por mucho que le pese a los yihadistas del country. Brooks se convirtió en el verdadero motor de la popularización global del género luchando contra los puristas (hay snobs en todas las familias, no se vayan a pensar que es una cualidad exclusiva del gafapastismo). Su mezcla de country, honky tonk, folk-rock, grandes baladas y la dosis suficiente de pop mainstream le convirtieron en perfecto embajador del sonido cowboy sin excluir a los que renegaban del vaquero clásico. Y mucho más importante (especialmente para su cuenta corriente claro): Brooks relanzó el country a las listas de éxitos, compitiendo en discos de platino con Prince, Michael Jackson y U2, algo que Johnny Cash o Willie Nelson no pudieron siquiera imaginar.
No Fences ha vendido más de 13 millones de discos, una barbaridad para cualquier artista sea del género que sea. Después de su desembarco en las listas de éxito muchos otros artistas country gozaron también de enorme popularidad en las listas de pop y de ventas. Las barreras que los defensores del sonido tradicional habían protegido como coto exclusivo cayeron para siempre, y todo gracias a un tipo de Oklahoma que cantaba baladas con un micrófono inalámbrico como el de Madonna y los domingos tomaba Martini seco con Mick Jagger o Bono.
Brooks viajó de Oklahoma a Nashville muy joven buscando un contrato discográfico, algo que consiguió en 1988. Travis Tritt, Alan Jackson y Randy Travis dominaban el country meloso pero en tan solo un año Brooks se los merendaría a todos. Después de un debut titulado con su nombre, No Fences incluía hasta 4 sencillos números uno: “Friends In Low Places”, “Unanswered Prayers”, “Two Of A Kind, Workin’ On A Full House” y “The Thunder Rolls”, todos ellos indudablemente temas considerados country pero con las primeras semillas de su aproximación pop bien plantadas.
“Friends in low places” incluye un estribillo perfecto para berrear en un bar cargadito de Budweiser y mover ligeramente los pies y “Two of a kind…” tuvo tal exposición que incluso alguien de Cuenca o Albacete que jamás hubiese escuchado una sola canción country en su vida sería capaz de reconocerla.
Como decía No Fences contiene una buena colección de canciones para borrachos de bar, algo a lo que particularmente no le veo nada malo teniendo en cuenta que los Ramones construyeron parte de su leyenda a base de guitarrazos de Pub Rock y a todo el mundo le pareció algo estupendo. Títulos antiguos como “Beer run” o “American Honkey-Tonk Bar Association” retratan muy bien el espíritu lúdico de Brooks. Pero ojo que no todo aquí es fiesta de garrafa, “Wild Horses” es una estupenda combinación de balada y medio tiempo y una de las favoritas del disco, “Mr.Blue” funciona como instrumento honky pop, “New way to fly” suena a Kenny Rogers, “Same Old Story” es rock adulto bastante bien hecho y “Unanswered Prayers” a pesar del tono sentimentalón de pop cristiano tiene una estupenda melodía.
Para lograr despertar la atención de millones de americanos (se calcula que Brooks ha vendido más de 150 millones de discos a lo largo de su carrera) se necesitan buenos álbumes, y No Fences lo es. El hecho de que además los más fieles seguidores del country escuchen y conozcan tu música lo suficiente como para odiarte es la prueba definitiva de que has alcanzado el éxito. El disco ha envejecido bien, es disfrutable en cualquier momento y tiene la gran virtud de no excluir al oyente por mucho que desconozca las raíces del cowboy de salón. No es fácil escuchar a Brooks en la radio (ni siquiera está en los servicios de streaming) así qué yo lo hago pinchando una escucha perfectamente resumida en CD de su grandes éxitos “The Hits”. Ahí está casi todo lo bueno de No Fences y otro buen puñado de canciones valiosísimas de música americana de primera. No acercarse a la música de Brooks por puro ejercicio de estilo de élite es tan bobo como despreciar determinadas canciones por el hecho de sonar en emisoras comerciales, una oportunidad perdida para comprender los orígenes del country pop y su transición desde el granero de pueblo al escenario de estadio.
La música Country está tan íntimamente ligada a la cultura norteamericana que no resulta extraño el escrutinio permanente que sufrieron las canciones de Brooks durante los primeros años de su carrera. La música debía sonar ruda y primitiva y contar historias salvajes tal y como lo hacían las canciones de Hank Williams. Ciertamente Brooks no era rudo, ni siquiera un poco primitivo y francamente sus canciones eran todo menos salvajes, ni falta que le hacía. Por lo general sus críticos solo veían a un muchacho de Oklahoma cantando canciones pop vestido con un disfraz de campesino, alguien que hizo que el country se convirtiera en cosa de flojos y tíos ñoños que cantaban idioteces sobre ir a pescar, hacer barbacoas o citar a Jesucristo a la más mínima oportunidad. 
La categoría de icono country no es exagerada cuando hablamos de Brooks. El tipo puso de moda el género en 1990 y abrió la puerta a nuevos talentos bastante aceptables como Tim McGraw y cosas algo menos relevantes como Keith Urban. No cabe duda de que paseo sus cancioncillas fuera del clasicismo y espíritu original que Cash o Nelson reivindicaron durante los años 60 y 70. Lo curioso es que las canciones de Brooks recuperaban el brillo de los trajes y corbatas de nudo de la década delos 50 pero ahora con una producción decente y un equipo de marketing capaz de vender sal en el desierto. Muchos le acusan exactamente de todo lo contrario (utilizar los estereotipos del country clásico para enmascarar canciones pop intrascendentes) aunque siempre con la boca pequeña. Es verdad que Brooks dio brillo y llenó de estribillos cada uno de sus discos aprovechándose del factor emocional del country en América. No es exactamente lo mismo pero me sirve como ejemplo; en España el Flamenco es algo instaurado y respetado. Todos sabemos lo que es y representa a pesar de que muy pocos lo conozcan de verdad. Imaginen que mañana alguien que hace una música similar a la de Enrique Morente empieza a sonar en los 40 principales, lidera las listas de éxitos y llena estadios por toda España. Se trata de un ejemplo imposible pero puede ilustrar bien la hazaña de Brooks en USA.
Cuando vuelvo a la chica del caballo enano (ojalá recordara su nombre) no puedo dejar de pensar en las canciones de Garth Boroks. En aquella feria de ganado en un circuito de velocidad disparé balas de verdad con un revolver que pesaba una barbaridad. Mi amigo Joe Rammelsberg (un animal de casi dos metros que se había construido un granero de dos pios usando tan solo las manos y un martillo en menos de una semana) llevaba una especie de auriculares que amortiguaban el increíble estruendo de los disparos mientras el resto de muchachos paseaban por las casetas con sus pistolas como si tal cosa. –Oscar te toca, ahora te toca a ti- decían, y yo apretaba el gatillo sintiendo toda la fuerza del retroceso de la pistola desde la punta de los dedos hasta algún musculo desconocido justo detrás de los hombros. No Fences es música country verdaderamente americana igual que disparar balas, seguramente se trata de una comparación simple como lo es un western de sobremesa, pero ¿quién quiere sofisticación cuando baila música honky tonk?.  
Si, Garth Brooks está mucho más cerca de Chris Martin o George Michael que de Johnny Cash y es esa precisamente la razón por la que sus canciones funcionan. Y es verdad que de no haber sido por él muchos de sus fans serían hoy seguidores de Madonna o Eminem vete tú a saber. Si de pasarlo bien se trata, Garth Brooks ofrece dosis sobradas de diversión y temática más o menos insustancial ideal para recoger la cocina o doblar ropa (yo lo hago). Más de uno debería leer detenidamente algunas canciones de Pink Floyd o Radiohead para discernir el verdadero significado de la palabra insustancial y darse cuenta de que en determinados momentos hablar de comer hamburguesas o escribir canciones sobre camiones con grandes ruedas no tiene absolutamente nada de malo.


GARTH BROOKS, “No Fences”, 1990, (Pearl/SONY) Hay un grupo o cantante de éxito en el rock cada cinco minutos, pero en la música count...

Weezer "Blue Album"

WEEZER, Weezer (The blue album), 1994, (Geffen)
“Tengo posters en la pared, tengo el de Ace Frehley y el de Peter Criss,  mi grupo favorito es Kiss. En el garaje toco la guitarra, toco mis canciones estúpidas y escribo mis estúpidas letras, y las quiero a todas igual”. Rivers Cuomo


Si, ya se, ahora resulta sencillo apuntarse al carro de Weezer, pero juzgados prematuramente de manera injusta este trabajo fue calificado de tonto y vacío en su día. Han pasado más de 20 años y el disco Azul se levanta hoy erguido como una de las obras esenciales del rock de los noventa. Pero no siempre fue así. Este grupito de tarados con aspecto de nerds universitarios no pasó de un asombroso desprecio en el momento de lanzar su debut. En los rescoldos del grunge aún doliente por la muerte de Kurt Cobain, Weezer fue considerado poco menos que un chiste masacrado sin piedad por la crítica de la época. No cabe duda que se equivocaron. 
El estreno de Weezer supuso una alternativa definitiva a la tediosa actitud quejica del movimiento Grunge gracias a sus melodías pegadizas y unas letras amables, apostando por un estilo diferente, y paradójicamente no por una ausencia de guitarras. En el disco Azul hay seguramente más guitarras distorsionadas y actitud rebelde que en muchos álbumes abiertamente catalogados como Grunge. Ciertamente el legado de Nevermind fue mucho más inmediato, pero la influencia del primer disco de Weezer está diseminada por cientos de bandas emo, pop y punk rock que florecieron en los 90 y principios del 2000.
La segunda entrevista que realicé en mi vida fue a Rivers Cuomo. Era 1994 y estaba en Madrid. La primera debió ser allá por 1981 o 1982 para un trabajo del colegio y se la hice a la señorita Sarita, la profesora de música que atormentó mi infancia con la maldita flauta Hohner. Resulta jocoso que la llamáramos Sarita teniendo en cuenta que la señora ya era entonces sexagenaria. ¿Por qué a los profesores varones les llamábamos Don y a las mujeres señoritas? No le encuentro explicación, aunque supongo que esta es una discusión para otro foro. En el más que improbable supuesto de que la señorita Sarita lea estas líneas, aprovecho para saludarla, decirla que a veces cojo la flauta de mis hijos y todavía recuerdo como tocar la intro de Star Wars y de verdad deseo de corazón que siga gozando de buena salud.
En 1994 ocupaba mi tiempo libre escribiendo majaderías en un fanzine. No, no se trataba de una cabecera local a la altura del NME o Melody Maker, aquello era la prehistoria del DIY, mucha grapa, pegamento y fotocopia, y rara vez alguien lo leía. Á veces llamaba a las compañías mendigando algún disco o una entrevista. Con el tiempo logré que me llegara algún ejemplar de saldo pero, ¡ay de las entrevistas! Que quieren que les diga, entrevistas no hice ninguna. Hasta la de Weezer.
La responsable de prensa en Universal, que por entonces no se llamaba Universal y recibía el enigmático nombre de MCA y estaba situada en una callecita cerca del Viso justo detrás del Paseo de la Habana, me llamó un día cualquiera por teléfono; “Weezer está en España”, dijo. En realidad lo que quería decir era que tenía que cerrar un plan de promoción con un grupo americano y que ante la falta de interés de los medios serios por él conjunto musical en cuestión, o bien llamaba a fanzines de tercera como el mío o aquella jornada promocional iba a ser francamente ligerita. Claro, todo esto no lo supe interpretar hasta algunos años después cuando yo mismo forme parte de la dinámica de una multinacional disquera, pero en ese momento me sentí como Cameron Crowe en “Casi Famosos” y empecé a preparar la entrevista como si fuera la cosa más importante de mi vida.  


En su momento Weezer no le importó una mierda a nadie. Bueno, esta afirmación no es del todo exacta. Al menos si tenían una buena base de fans en L.A. que se preocupaba de ellos aunque en 1994 sin apenas haber girado por el resto de estados y todavía en los primeros hervores de la era internet, casi nadie tenía muy claro quiénes eran aquellos cuatro muchachos con aspecto de seminaristas freaks. Lo que es seguro es que en España a duras penas les conocía su propia compañía y en el concierto del día siguiente a mi entrevista en la sala El Sol solo había 100 personas, seguramente los únicos 100 fans de todo el país. Aquel fue uno de los mejores conciertos de mi vida, tal cual.
En 1994 cuatro muchachos vestidos con camisetas lisas y pantalones chinos y liderados por un geek con gafas de pasta lanzaron su primer trabajo al mercado sólo tres semanas después de la muerte de Kurt Cobain. El musculo del Grunge y el sonido Seattle estaba ya muy debilitado y Weezer armados de potentes melodías y canciones redonditas salieron dispuestos a conquistar el trono del rock juvenil ahora desierto. Resulta inexplicable el motivo por el que The Blue Album fue repudiado en su momento. Acusados de presuntuosos haciéndose pasar por nuevos jevis adaptando los trucos de Nirvana o Pixies a través de videos exuberantes para MTV, Weezer fue vapuleado por crítica y público hasta la deshonra.
Weezer se formaron en Los Angeles en 1992 con Rivers Cuomo (guitarra y voz), Patrick Wilson (batería), Jason Cropper (guitarra) reemplazado más adelante por Brian Bell y Scott Shriner (bajo), sustituido poco después por Matt Sharp. En 1993 firman con Geffen Records y comienzan la grabación de su primer disco, Weezer, conocido popularmente como el disco Azul por el color de fondo de su portada. Grabado en los estudios Electric Lady de Nueva York y producido por el líder de los Cars Ric Ocasek, el disco apenas tuvo incidencia durante sus primeros meses de vida. Solo la persistente demanda popular del single “Undone (The Sweater song” desde una emisora de radio de Seattle, curiosamente cuna del difunto Grunge, logro despertar las ventas del disco. The Blue Album lleva vendidas hasta la fecha más de 7 millones de unidades, cifra nada despreciable para un grupo de tolays inadaptados. Paradójicamente y a pesar de sus imponentes ventas, no produjo ni un solo número 1 en las listas de éxitos. Y eso que todos los temas del disco eran buenos. Dicho de otra manera, tiene 6 canciones excelentes y 4 muy buenas, un promedio lo suficientemente interesante como para darle una oportunidad.
Dicen que el tiempo lo cura todo, incluso la vergüenza, y con los años este glorioso álbum ha ido escalando posiciones hasta, pásmense, estar incluido en los sesudos glosarios que recogen los mejores discos de todos los tiempos. Es verdad que Rivers Cuomo, incuestionable líder del grupo, bebió de las fuentes de Pixies o Nirvana con dinámicas muy similares, algo que por otro lado no parecía nada especialmente recriminable. Pero también había mucho Beach Boys y Beatles, y Hard Rock y AOR, y Simon & Garfunkel y porque no, también referencias a Nirvana (compañeros de sello discográfico no lo olviden). Lo que muy pocos fueron capaces de ver fue la habilidad de Cuomo para domesticar el sonido rudo del rock metal de los años 70 presentándolo en un formato power pop sorprendente, original y comercial.
Melódicos y muy divertidos, tiraron de bases urgentes y guitarras pesadas como sello distintivo. Sí artistas coetáneos como Pavement o Sebadoh apostaron por caminos más oscuros que inevitablemente desembocaban en audiencias más selectas, Weezer plasmó la universalidad de la cultura pop en canciones sencillas alejadas de lo excluyente. Con un grupo de músicos muy solventes capaces de sonar francamente bien, Cuomo fabricó una colección de riffs y estribillos inteligentes capaces de conectar inmediatamente con el público. El carisma introspectivo del personaje hacía que mostrara cierta vulnerabilidad oculta bajo un enorme manto de densas guitarras en sus canciones, convirtiéndose en uno de los autores referentes de su generación.
Llegué a mi entrevista con Cuomo a la hora señalada. No tuve tiempo o simplemente olvidé contarle mi anterior experiencia profesional con la señorita Sarita, y tratándose de un joven raro y reconocido marciano estoy seguro que le hubiera encantado mí batallita tonta con la flauta. Hablaba muy despacio y el tipo era de lo más interesante. Alejado del estereotipo de cantante indigesto, opinaba de un recién llegado Bill Clinton, de la cocina europea incluyendo detalles de la gastronomía española y mostró un enciclopédico conocimiento del rock norteamericano en una interminable lista de referencias a cada cual más sugerente. Como contrapunto, a su lado compartió respuestas el guitarrista Brian Bell, un tarado permanentemente ataviado con un gorro de lluvia y gafas de sol incluso en el interior del hall del hotel y con aspecto de haber fumado lo bastante como para que todo lo que dijera resultara incomprensible y muy gracioso. No recuerdo ni una sola palabra de Bell, pero ¿saben qué? a los tres nos dio exactamente igual, todos sabíamos que la difusión de aquella entrevista sería en el más optimista de los escenarios muy moderada. 
Soy de los que piensan que la primera canción de un álbum debe ser buena. Quizás sea por mí pasado como agente de ventas, vendiendo discos a granel con albarán y maletín en Prycas y Continentes, un tiempo en donde los puntos de escucha en los centros comerciales marcaban la diferencia y los clientes con sus auriculares generalmente no pasaban del Track 1 haciendo que mi comisión mensual y mi calidad de vida dependiera de ello. El ya fallecido director comercial en Warner siempre lo pedía a los departamentos de marketing y artístico; “¡pongan en el disco la buena la primera hombre!”. Desde un punto de vista puramente mercantil la verdad es que aquello tenía bastante sentido.   
Esta teoría de la primera canción se vuelve fundamental y dramática cuando se trataba del primer disco de un artista. ¡La primera canción de la primera cara del primer disco de un grupo necesariamente debe ser buena!, al fin y al cabo si llevas toda la vida esperando firmar un contrato discográfico que menos que enseñar tus mejores cartas desde la misma puerta de entrada, ¿no?.  “I Saw her standing there” de The Beatles, “I Will Follow” the U2, “Rock And Roll Star” de Oasis, “I Wanna Be Adored” de The Stone Roses, “Good Times Bad Times” de Led Zeppelin I, “Take it easy” de Eagles, supongo que se entiende la idea. “My name is Jonas”, la canción que abre el disco Azul es una tarjeta de visita perfecta, tres minutos y pico que muestran perfectamente la oferta del grupo; harmonía, estribillos y guitarras eléctricas, muchas guitarras eléctricas.
“No One Else” es una canción de desilusión, una de esas cosas que todo joven piensa cuando su amorcito le manda a paseo. Es sencilla y muy eficaz, y Cuomo por arte de magia es capaz de enmascarar el contenido deliberadamente tonto bajo un muro infranqueable de densas guitarras. “The World Has Turned And Left Me” posee una hipnótica estructura en espiral y da la bienvenida a “Buddy Holly”, uno de los cortes más celebrados del grupo y que tiene como casi toda la obra de Cuomo esa apariencia externa de gran broma. Pero no lo es. Aquí se destapan las referencias de Cheap Trip o Quiet Riot, y no porque fueran en su momento divertidas sino porque verdaderamente el líder de Weezer aplaude su sonido. “Undone (The Sweater Song)” fue el primer sencillo del disco e irónicamente lo más Grunge del mismo pero ante todo una gran canción. Los dos temas lograron gran notoriedad en la MTV gracias a los videos realizados por Spike Jonze, tipo tan raro como el propio Cuomo con el que claro, se entendió a las mil maravillas.
“Surf Wax America” abre la segunda parte del disco en un homenaje velado a los adorados Beach Boys en un tema decididamente simple y placentero a diferencia de otros cortes donde tienden a mostrar abiertamente sus miedos, ansiedades y nerviosismo. “Say it Ain’t So” es una de mis favoritas. Tiene la estructura típica e imbatible de Calma-Caña-Caña-Calma, es fácil de cantar y emociona y emparenta el heavy metal de Aerosmith y Kiss con el pop tradicional de Al Stewart y Cat Stevens. Brutal.
“In The Garage” habla de la felicidad de un muchacho haciendo música en el sótano de su casa. Si en 1994 hubiera seguido tocando la batería con mi grupo en el garaje de la casa de mis padres, “In The Garaje” sería mi canción rock favorita. Lástima que para 1994 mi grupo estaba disuelto, había vendido la batería y en la casa de mi madre ya no había garaje. Cada vez que escucho eso de “En el garaje me siento seguro, a nadie le preocupa lo que hago, toco la guitarra, toco mis canciones estúpidas y escribo mis estúpidas letras” pienso en lo divertido que es tener un grupo de rock y tocar en un local de ensayo con tus colegas, una de las mejores cosas que uno puede hacer en su vida.  
La recta final del disco la ocupan la infecciosa “Holiday” con esa intro deliciosa y sobretodo “Only in Dreams”, o el “Starway To Heaven” de Weezer, con su inicio sosegado, estrofa en alto y gran solo final de guitarra. Dura sus buenos 8 minutos y como en casi todo el disco prevalece la emoción de la canción por encima del virtuosismo. Ojo, no digo que no sea un buen solo de guitarra, solo espero que nadie busque a Jimmy Page por allí.
El disco Azul a pesar de su tono ligero tiene un amargo sentimiento general de soledad en un trabajo con un fondo increíblemente conmovedor. “The world has turned and left me here” habla del final de una relación, “Only in dreams” es irremediablemente desesperada, “My name is Jonas” profundiza en recuerdos ásperos de la niñez, “Say it ain’t so” relata el dolor de un padrastro alcohólico, “In the garage” habla abiertamente de esconderse, “Undone…” o el absurdo y vacío placer que te produce tu prenda de vestir favorita… Casi todos los discos de algún modo muestran cicatrices vitales e inseguridades en sus textos, pero esas palabras suelen estar después eclipsadas por estribillos facilones y grandes solos de guitarra. Aquí también hay estribillos facilones y solos de guitarra, pero están ahí para apoyar los sentimientos en los versos de Cuomo, empujándolos con fuerza hacia delante, canciones artesanas de apariencia muy sencilla pero con una arquitectura profunda y compleja.
Casi enterrado el Grunge, en 1994 Weezer compitió en USA con un trío de punk pop energético llamado Green Day y al otro lado del charco con la llegada de un nuevo fenómeno llamado Brit Pop, con los insoportables hermanos Gallagher liderando el movimiento. Sorprendentemente Weezer fue capaz de infiltrarse entre los dos con una propuesta de rock alternativo inteligente. Acostumbrados a la indiferencia durante la supremacía de Pearl Jam, Nirvana, Soundgarden y el resto de bandas con camisas de cuadros, el éxito cogió por sorpresa al grupo. Mucho antes de ser unas estrellas, Rivers Cuomo y su banda habían estado tocando las mismas canciones (“Undone”, “Say It Ain´t So…”) por los locales de la escena de Los Angeles sin que nadie mostrara un mínimo interés. Cuando esas mismas canciones lograron llegar a un público masivo el grupo no entendió nada. La deliberada rareza de su siguiente trabajo, el igualmente recomendable Pinkerton quizás tenga que ver con el extraño recorrido comercial de su debut.  

El disco Azul no es solo uno de los mejores debuts de la historia, se trata de un disco esencial. Grandes grupos necesitaron de dos, tres y hasta cuatro álbumes para alcanzar lo memorable. Weezer lo hizo a la primera. El disco Azul tiene la extraordinaria capacidad de conectar las rarezas de un solo individuo de una manera universal, y es ahí donde uno se explica su fenomenal legado. Las letras con marcada temática juvenil añaden un encantador componente de nostalgia para los que hoy juegan la liga de los 40 años, aunque cualquiera puede disfrutarlo tenga la edad que tenga. Si uno elimina las partes de guitarras más duras, las baterías destartaladas o incluso la voz aun por modular de un joven Cuomo, lo que queda debajo sigue siendo una colección de canciones estupendas. Y ya saben que en el fondo esto no es más que un negocio de canciones. El álbum se las arregla para ser ingenioso y divertido sin necesidad de utilizar chistes y le da un buen lavado de cara al acartonado rock independiente americano sin necesidad de one hit wonders convirtiendo para siempre lo geek en chic.

WEEZER, Weezer (The blue album), 1994, (Geffen) “Tengo posters en la pared, tengo el de Ace Frehley y el de Peter Criss,  mi grupo favor...

ABBA "The Album"

“No tengo ningún disco de ABBA y nunca he sentido la necesidad de ir a comprarme uno. Pero si estás hablando de canciones pop bien construidas, las suyas son fantásticas”. Phil Collins



Cuatro suecos con cara de buenas personas dominaron las listas de éxito durante la década de los setenta a golpe de canciones irresistibles para él oído humano. Existen teorías que hablan de técnicas experimentales en el proceso de composición de las mismas. Harmónicamente perfectas, algunos dicen que imprimían en el cerebro humano algún tipo de toxina que aseguraba que el individuo fuera incapaz de olvidarlas. Es sin duda una hipótesis exagerada aunque es indiscutible su asombrosa capacidad para fabricar canciones pop redondas por mucho que quieran arrinconarlas a los banquetes de boda. ABBA es una extraña bestia para evaluar críticamente, el epítome de un placer culpable, aunque nadie puede negarles su maestría para la melodía a la hora de componer una canción pop brillante.  
De pequeño yo vivía en un piso alto en el barrio madrileño de La Estrella. Mi padre tenía reservado un cuartito a modo de estudio, una habitación que recibía genéricamente el nombre de el despacho, y donde en realidad no ocurría nada verdaderamente extraordinario. Mi padre coleccionaba trenes de juguete ibertren, hacía maquetas con aviones desmontables y restauraba sus viejas carpetas de singles en 7” con tijeras y plantillas de Letraset. Fue en el despacho donde vi por primera vez la portada de un grupo folk con camisas rojas y calcetines a juego llamado Hootenanny Singers. Yo tenía 11 años y sin saberlo acababa de descubrir los orígenes de ABBA.
De ABBA casi todo el mundo sabe que a/es un grupo sueco, b/estaba formado por dos mujeres y dos hombres pareja también en la vida real y c/ en algún momento ganaron el festival de Eurovisión. Es menos conocido que todos sus miembros eran musicalmente un portento y ya eran muy famosos antes de ABBA. De hecho, técnicamente y atendiendo a la definición oficial del término, (grupo de música formado por artistas que habían tenido fama y respeto en grupos anteriores o a nivel individual), ABBA era un Supergrupo tan legítimo como Crosby, Stills, Nash & Young, Cream o Blind Faith, aunque por supuesto mucho menos auténtico, ya saben.
Los Hootenanny Singers del despacho de mi padre era un conocidísimo grupo folk sueco que a diferencia de otros muchos imitadores de The Kingston Trio cantaba en su lengua nativa y en 1964 tenía como líder a un joven cantante y compositor llamado Björn Christian Ulvaeus, (de ahora en adelante, el feo). Los Hootenanny Singers giraron sin parar al tiempo que el fenómeno Beat abordaba Suecia y el resto del mundo.
Inevitablemente, The Beatles tuvieron réplicas en cada país europeo y The Hep Stars triunfaron en Suecia con sus pelos a lo Byrds y la canción “Cadillac” escrita por su cantante y compositor Benny Andersson, (de ahora en adelante, el de barba). Los Hootenanny y The Hep Stars coincidían habitualmente en sus giras, compartían camerinos y escenario, y Ulvaeus y Andersson se hicieron amigos, colaboraron, escribieron canciones juntos, dejaron sus respectivos grupos y terminaron formando un dúo: Björn & Benny.
Agnetha Fältskog, (de ahora en adelante, la rubia), tenía solo 17 años cuando en 1967 alcanzó el estrellato con su primer álbum en solitario Jag Var Sä Kar, escrito enteramente por ella y disco que encabezó las listas de ventas por encima de los mismísimos Beatles. Virtuosa pianista, desde el jazz a las figuras clásicas de Bach, Fältskog conoció a Ulvaeus en una gala de televisión y Cupido se encargó del resto.
Por su parte, Anni Frid, (de ahora en adelante, la morena), seguramente la mejor voz de los cuatro, nacida en Noruega aunque en Suecia desde muy niña, ya cantaba en pequeños locales de jazz con 13 años. En 1967 gana un  concurso de talento en la televisión sueca, lo que la convierte en una celebridad y la firma de un suculento contrato con EMI. Después de varios sencillos de éxito, Anni conoce en un programa de radio a ¿adivinan? Exacto, Benny Anderson.
Anni Frid editó su disco de debut En Ledig Dag con EMI producido por Benny Andersson. Björn Ulvaeus y el propio Andersson formaron pareja artística y lanzaron un trabajo titulado Lycka, con Agnetha y Frid colaborando en los coros. Fältskog y Ulvaeus se casaron y Frid y Andersson se prometieron. Hasta el verdadero nacimiento de ABBA como grupo en 1972, podemos decir que se mantuvieron bastante entretenidos.
ABBA tenía serias similitudes con The Beatles. Al igual que los de Liverpool dos cabezas capitalizaban la parte compositiva, (los chicos), mientras que el papel secundario pero esencial de Harrison y Starr era para las chicas. En un principio ABBA fue un artista de singles. Más adelante se convirtieron en un grupo de álbumes tratando cada canción como sencillos, algo que tomaron como modelo de The Beatles. ABBA siempre tuvo claro que se trataba de un artista de estudio y como The Beatles, abandonaron las grandes giras y las actuaciones en directo para centrarse en escribir. Por si fuera poco, ABBA tenía su propio Brian Epstein. Stig Anderson, un sueco listísimo propietario del sello POLAR, discográfica de los Hootenanny Singers, inventor del nombre ABBA, diseñador del plan “Waterloo”, responsable de asegurar una distribución mundial de sus cuatro pupilos en el momento justo y por encima de todo, el hombre que hizo que Agnetha, Benny, Björn y Anni fueran inmensamente ricos.  
En una España de dos cadenas, el festival de Eurovisión era una cita familiar obligada frente al televisor. Yo en 1974 era demasiado pequeño como para tener recuerdos atinados de “Waterloo” o del traje de Napoleón del director de orquesta. No tuve un primer recuerdo del festival hasta el “Halleluyah” de los israelitas Milk & Honey en 1979. No obstante, a falta de éxitos hispanos, TVE repetía año tras año la actuación de los suecos en la previa de la ceremonia, clavando a fuego en mi cerebro aquellos trajes imposibles, ¿qué niño podría olvidar aquella espantosa indumentaria?
Stig Anderson había fracasado justo un año antes al intentar ganar con el tema “Ring Ring” el festival. Ni siquiera alcanzó a clasificarse en las eliminatorias locales. Incansable, volvió a la carga un año después y en plena efervescencia Glam y el Muro de Sonido de Phil Spector lo volvió a intentar presentando “Waterloo”. Ya saben quién ganó. Aquel triunfo alumbró indiscutiblemente uno de los fenómenos musicales más arrolladores en la historia de la música popular. Con una carrera moderadamente breve, ABBA se convirtió en el artista más vendedor de la década y en uno de los iconos pop más celebrados de todos los tiempos.
“Waterloo” es sin duda una canción pop rutilante. Intachable, tan bien construida como casi todos los sencillos que despacharon en sus cuatro primeros álbumes: “Ring Ring”, “Mamma Mia”, “S.O.S.”, “Honey, Honey”, “Knowing Me, Knowing You”, “Fernando”, “Dancing Queen”, números uno en Estados Unidos, latino américa, Europa, Japón…A pesar de su disparatado éxito pocos aventuraban que ABBA más allá de convertirse en una pequeña línea de montaje de cancioncillas ligeras y amables perfectas para la radio, en algún momento fuese capaz de construir un álbum memorable.
En 1977 ABBA era posiblemente el grupo más famoso del planeta. The Album es el pico creativo de su carrera y después de fusionar con éxito el folk, rock, pop, funk y la música clásica se acercan a un género pop art progresivo. Ojo. No piensen que The Album incluye piezas de 15 minutos describiendo los amaneceres en un glaciar bajo un sesudo manto ruidista de sintetizadores. Siguen siendo un grupo pegadizo, aunque su producción resulta más ambiciosa y es decididamente adulta. 
Desde la primera canción del disco, ABBA se pone ligeramente más serio que en entregas anteriores. “Eagle” es una obra de ingeniería en cuanto a los arreglos se refiere, puro Fleetwood Mac. Quizás no son la maquina perfecta que fabricaba canciones pop infecciosas, pero aparecen por fin medios tiempos poderosos y las guitarras acústicas y el uso atinado de los sintetizadores cobran protagonismo, acertando de una vez por todas en la letras, el talón de Aquiles del grupo, demasiado naif y tontorronas hasta entonces.
The Album incluye “Take A Chance On Me”, una colección de pequeños arreglos puestos al servicio de la canción, empezando por supuesto con esa genial introducción a capela con la que resulta imposible resistirse a esbozar una sonrisa de felicidad cada vez que la escuchas. “The Name Of The Game” incluye tres o cuatro partes diferentes que aparentemente no tienen relación alguna pero que encajan mágicamente en una de sus mejores canciones. Del teclado de la sección inicial pasan a la parte cantada y de vuelta a un dududu casi gospel para volver al teclado, en realidad el catalogo definitivo de las virtudes ABBA: irresistible sencillez camuflada bajo un complejísimo trabajo de arreglos, composición y producción. Incluyen un rock and roll, “Hole in Your Soul” (pónganla muy alta en casa y sorprenda a sus amigos, hábleles de un disco que acaba de descubrir y haga como si cualquier cosa. Resulta divertido verles hacer air guitar mientras entonan con voz grave la parte de Benny). “One Man One Woman” es una balada de preciosismo clásico increíblemente bien cantada, (estas dos mujeres sabían cantar muy bien), ofrece la mejor versión vocal de Agnetha y Anni y muestra el camino a la hora de empastar voces imitada hasta la saciedad. “Move On” es otro lento. Aquí incluyen un monologo de Björn que en cualquier álbum de cualquier otro artista parecería ridículo. La voz del hombre esta tan perfectamente integrada con la majestuosa harmonía vocal del coro que de no estar, la echarías de menos.  
El mayor gesto de madurez del disco es la inclusión de un mini musical subtitulado como “The Girl With The Golden Hair” en los tres últimos cortes del álbum, un modesto acercamiento de Björn y Benny al género musical que más tarde profundizarían con Tim Rice en Chess.
“Thank You For The Music” es una de las canciones más celebradas de ABBA y abre este pasaje musical de apariencia un tanto cursi. Otra de las grandes virtudes del grupo, siempre rozando lo ñoño y empalagoso pero ofreciendo el lado tierno y humilde de las cosas, convirtiendo lo fofo y acaramelado en emocionante. “I Wonder” es puro Broadway, con pianos y mucho drama, y “I’m a Marionette” es con seguridad lo menos ABBA que ABBA había grabado hasta la fecha, algo más duros, con riffs más pesados y un tono general de arreglos más propios de Kurt Weill ciertamente oscuros. The Album es un disco de ABBA extraño y esta pieza final es el cierre idóneo en esta rareza. Es indiscutiblemente un trabajo pop, aunque utilizando formulas nuevas que nunca antes habían usado. Está bien escrito, tiene buenos singles y también un punto freak. Y esa es la magia de ABBA, por un lado ser el grupo más comercial del planeta y por el otro ser lo bastante osados como para desmarcarse con una marcianada como “I’m a Marionette”. Esos contrastes son los que hacen de ABBA un artista realmente único y por los que merece la pena visitarlos de vez en cuando. 
The Album, quinto disco del grupo, llegó a las tiendas en 1977 en el epicentro de la explosión punk. En la cúspide de su carrera ABBA factura un disco pop luminoso emparentado con el sonido que proponía Fleetwood Mac al otro lado del Atlántico. ABBA sacaba partido de las nuevas tecnologías mucho antes que los demás. Si aparecía un nuevo sintetizador, Benny Andersson buscaba la manera de integrarlo en su siguiente composición. Trabajaban la microfonía y las voces un millón de veces. Detallistas en el estudio, cuidaban hasta el último fragmento grabado antes de avanzar hacia la siguiente canción. Misteriosamente había mucha música en cada tema de ABBA, ofreciendo un producto terminado de apariencia sencilla apto para todos los públicos elaborado hasta la enfermedad. ABBA nunca descartaba canciones en un álbum. Preparaba 10 temas y los pulían hasta dejarlos perfectos. No hay material inédito del grupo, no existen rarezas. Lo bueno lo grababan, lo menos bueno sencillamente no existía. Con este disco ABBA no solo demostró una increíble destreza a la hora de componer canciones y manejar melodías, ABBA descubrió un significado completamente nuevo a la progresión de acordes armónicos, una parte esencial de sus singles de éxito. A muchos les costará aceptarlo, asumir la excepcionalidad de un grupo como ABBA no es tarea fácil, pero The Album es un trabajo extraordinario, rico en matices y francamente disfrutable, esa es la pura realidad.
En su búsqueda de la canción perfecta, ABBA contrariamente a las normas establecidas en la industria del pop-rock huyó de la ecuación álbum-gira. Por lo general el camino más efectivo de un artista para construir sólidos cimientos de popularidad estaba en él cara a cara con su público en interminables giras. A pesar de su increíble éxito durante los 10 años de vida del grupo sus apariciones en grandes giras fueron en comparación escasas: un pequeño tour europeo en 1975, unas pocas semanas en Australia y Europa en 1977, la gira de Norte América y Europa en 1979 y dos semanas en Japón en 1980. Eso es todo. Su absoluta dedicación al estudio, estar cerca de sus familias y un cierto temor a volar por parte de Agnetha son las principales razones. No olvidemos tampoco que Benny y Björn con los Hep Stars y Hootenanny Singers del despacho de mi padre ya habían tenido suficiente escenario en sus años mozos.
En un barrido superficial por la biografía del grupo, uno descubre que ABBA compite con The Beatles y Michael Jackson en la lista de artistas más vendedores de la historia, 21 de sus sencillos ocuparon el número 1 en algún momento, el logotipo de ABBA con la primera B invertida es uno de los más lucrativos de todos los tiempos. El musical Mamma Mia batió todos los records en Broadway, construyeron el mejor estudio de su época, Polar Studios en Estocolmo, donde Led Zeppelin grabó In Through The Outdoor. Las 2 parejas se separaron cuando se terminó el amor y se volvieron a casar. Anni Frid descubrió ser hija de un soldado nazi que creyó muerto y después de muchos años apareció vivito y coleando, y ha terminado formando parte de la familia real sueca cerrando así una vida de cuento de hadas. Todo en ABBA es superlativo y resulta fascinante su conquista global siendo suecos y cantando en ingles con entrañable acento.

La mayoría de críticos musicales que han escrito sobre ABBA a lo largo de los años no les dan mucho más crédito que al de un cuarteto aseado autor de canciones baratas para el pueblo. Una conclusión demasiado simple me temo. Solo necesitas escuchar The Album con una perspectiva seria y estrictamente musical para comprender las razones de su descomunal triunfo. La pareja Ulvaeus/Andersson es una de las mejores asociaciones pop de siempre, tan grandes y talentosos que cualquier menosprecio hacía su incontestable producción de sencillos de éxito es para hacerse mirar si uno entiende de que va esto del pop. 

“No tengo ningún disco de ABBA y nunca he sentido la necesidad de ir a comprarme uno. Pero si estás hablando de canciones pop bien construi...

Joan Miquel Oliver "Pegasvs"

Joan Miquel Oliver es un tipo curioso y de buen gusto. “Pegasus”, el tercer álbum en solitario y su primer disco desde la disolución de los mallorquines Antonia Font también lo es. Aquí huele a caribe, a salsa y no precisamente para mojar pan, se respira cumbia, pequeños detalles que viajan al folclore de los Andes, tiene momentos de coqueteo electrónico, también hay rock y todo con la permanente zozobra melancólica del compositor de la isla.

Oliver se ha encargado de grabar todos los instrumentos contando con la inestimable ayuda de Quimi Portet, una especie de mago raro agazapado en grabaciones imposibles huyendo del ruido mediático que dejó su pasado popular como socio del Ultimo De La Fila.

A la primera escucha “Pegasus” llama la atención por una secuenciación de obra completa y compleja, un viaje musical de digestión lenta lleno de matices hermosos. Es indudable que hay mucha música aquí, todo bastante marciano como la propia constelación y la galaxia que representa, pero con un tono amable y que se deja escuchar y atrapa casi sin quererlo.

Oliver es un artista con identidad propia, eso que crípticamente se conoce como “con personalidad”. Y vaya si la tiene. Estas canciones son pequeñas joyitas de artesanía, están escritas con mimo y tocadas con cariño, y eso trasciende cuando uno las escucha. En pasajes de “Pegasus” uno parece escuchar a un Josh Rouse cósmico en catalán, más imaginativo si quieren, más poético, más narcótico sin duda.

Aquí hay 10 canciones bonitas, bien arregladas y exquisitamente producidas. Oliver es tremendamente original, el buen gusto en los guiños latinos hacen que a su lado Manu Chao parezca una propuesta de supermercado barato. “Flors De Cactus” es una de las mejores canciones del curso, una suerte de bossa nova arpegiada y “Mil bilions de estrelletas”, pieza que clausura el disco, emociona con ese onírico arreglo instrumental del que materialmente es imposible escapar, para en definitiva echar el cierre a un trabajo cálido, nostálgico y amable como los veranos en la hermosa Mallorca.



Joan Miquel Oliver es un tipo curioso y de buen gusto. “Pegasus”, el tercer álbum en solitario y su primer disco desde la disolución de los...

Muse "DRONES"



Aún con chiribitas, leo con ojos bien abiertos que este “Drones” es el nuevo álbum conceptual de Muse donde tratan de describir a lo largo de sus canciones el lento despertar de un hombre ante la opresión de la sociedad moderna, el poder de los drones y los controles remotos, la historia de un soldado entrenado para ser una máquina de matar sin cerebro (¿?*%$!). Entiendo que cada nuevo trabajo de un artista necesite de una percha argumental narrativa que les ayude a contar aquí y allá los motivos que les ha llevado de nuevo al estudio, pero quizás, solo quizás, Muse en esta ocasión se hayan pasado un poco de frenada.
Eludiendo premeditadamente el leit motiv de la obra en cuestión aquí siguen habiendo guitarras de rock épico y progresivo en cada esquina llenas de riffs ansiosos y obsesivos que junto a la voz de Bellamy se levantan como protagonistas principales del cuento.
Mutt Lange (AC/DC, Def Leppard) se encarga de la producción donde básicamente se limita a respetar las señales de identidad que han hecho enormes a Muse; Rock progresivo con elementos sintéticos aptos para todos los públicos.
Muse es un grupo ostentoso, bíblico, desmesurado, deliberadamente exagerado y bastante pedante, pero no por ello risible o cómico, todo lo contrario. Hay mucha música en sus discos y en “Drones” sigue habiendo pasajes verdaderamente sobresalientes. Estamos ante un trabajo en líneas generales mejor que su antecesor “The 2nd Law” (2012), una colección demasiado cocinada y de digestión francamente complicada. “Drones” es más, como decir, ¿natural? Bellamy patina en sus momentos de sermón político (¿samplers de los discursos de JFK?) pero acierta en su propuesta de producción pesada y monolítica abiertamente rockista en una fórmula de estadio inimitable. Si uno cierra los ojos e imagina hoy a Queen en activo y sus miembros con 30 años es posible que se llevaran bien y fueran de gira junto a Muse (escuchen sino “Defector”).
En el 7º disco del grupo la cosa arranca con ese “Dead Inside” recién salido del Delorean de McFly en 1985, hay también espacio para momentos de reposo (la balada “Mercy”), riffs con sobrepeso (“Revolt”), una intro que recuerda al “Cannonball” de la Breeders (“The Handler”) y hasta reminiscencias del más profundo Hair Metal en “Reapers”. “Drones” (la canción) es un coro medieval bonito y bastante freak si me lo permiten (tiene pinta de un “yo en mi disco pongo y canto lo que me da la gana”). “Psycho” tributa la herencia de Pink Floyd en “Money” pasado por la máquina de triturar de Marilyn Manson, “The Globalist” es el momento largo del disco siempre ¿necesario? en un disco de Muse (aquí lo dejan en “tan solo” 10 minutos y, pásmense o llámenme loco sino les recuerda “Aftermath” al “Brothers in arms” de Dire Straits. En Drones Bellamy ha tirado de hemeroteca y ha viajado hasta los discos de sus hermanos mayores (si es que los tiene, desconozco el dato).    

Con todo, estamos seguramente ante el disco más coherente desde 2006 y aquel fabuloso “Black Holes And Revelations”. Los fans no se sentirán decepcionados (encontraran todas y cada una de sus marcas registradas repartidas por cada uno de los rincones de “Drones”) y los nuevos (cualquiera que haya llegado desde Pink Floyd o Metallica o uno de esos pocos despistados que aún no conozcan de su existencia) podrán pasar una buena tarde de verano flipando con la monumental presencia de la guitarra eléctrica, ese instrumento totémico del rock and roll que Matt Bellamy idealiza a cada instante.  “Drones” sigue sonando a Rock Industrial, es irresistiblemente melódico (este muchacho sabe hacer canciones), hay mogollón de maquinitas  y es en general bastante salvaje (todo con moderación no se me asusten). Sin ser un disco Sobresaliente y tal vez algo tibio para el Notable, “Drones” surfea plácidamente en el Bien esperando que en futuras entregas el tema elegido para narrar la acción del disco sea algo menos chirriante. 

Aún con chiribitas, leo con ojos bien abiertos que este “Drones” es el nuevo álbum conceptual de Muse donde tratan de describir a lo ...


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